Llegaba pronto. Se bajó de la bici y la condujo por el manillar con ambas manos. La Plaza de España, rodeada de jardines, reunía esa tarde a una multitud de gente diversa desafiando al frío de principios de diciembre. Una pareja se besaba en el jardín, mientras un grupo de adolescentes reía ruidosamente, una mujer paseaba a un perro grande y negro y dos viejos caminaban cogidos de la mano sin cruzar una palabra.
Suponía que tendría que esperar, pero ella estaba allí, sin atender a las leyes no escritas de las citas, por las que las chicas debían de hacerse un poco de rogar. Estaba junto a la farola, sosteniendo todo el peso de su cuerpo sobre un solo pie. La luz estaba encendida a pesar de que aún era temprano. Artificial y amarilla le iluminaba el perfil izquierdo mientras ella centraba toda su atención en un libro que sostenía entre las manos.
No le había visto y aprovechó el anonimato para observarla desde lejos. Vestía una cazadora gruesa y unos jeans. También una bufanda de color rojo y unas botas que le llegaban casi hasta las rodillas. Movía los píes rítmicamente tactactac, al son de una música que sólo escuchaba ella a través de unos cascos.
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