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jueves, 4 de agosto de 2011

Ella

Llegaba pronto. Se bajó de la bici y la condujo por el manillar con ambas manos. La Plaza de España, rodeada de jardines, reunía esa tarde a una multitud de gente diversa desafiando al frío de principios de diciembre. Una pareja se besaba en el jardín, mientras un grupo de adolescentes reía ruidosamente, una mujer paseaba a un perro grande y negro y dos viejos caminaban cogidos de la mano sin cruzar una palabra.

Suponía que tendría que esperar, pero ella estaba allí, sin atender a las leyes no escritas de las citas, por las que las chicas debían de hacerse un poco de rogar. Estaba junto a la farola, sosteniendo todo el peso de su cuerpo sobre un solo pie. La luz estaba encendida a pesar de que aún era temprano. Artificial y amarilla le iluminaba el perfil izquierdo mientras ella centraba toda su atención en un libro que sostenía entre las manos.

No le había visto y aprovechó el anonimato para observarla desde lejos. Vestía una cazadora gruesa y unos jeans. También una bufanda de color rojo y unas botas que le llegaban casi hasta las rodillas. Movía los píes rítmicamente tactactac, al son de una música que sólo escuchaba ella a través de unos cascos.

 Ya casi podía sentir sus labios rozando su boca rápidamente. Casi podía notar cómo le cogía de la mano, cómo le atusaba el pelo para colocárselo mejor. Casi la veía reírse graciosamente mientras cenaban en aquel italiano que sabía que tanto le gustaba. Casi podía disfrutar de aquel paseo después hasta la casa de él.

 Casi. Pero entonces llegó él. Tan alto, tan sonriente. Besó a la chica, la cogió por la cintura y juntos caminaron hasta que sus pasos se perdieron más allá de la calle Princesa.

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