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martes, 9 de agosto de 2011

Gemelos idénticos

Masticó despacio el último trozo de la tarta de manzana y posó con cuidado el tenedor en la mesa. Pensó que aún tenía un poco de tiempo para llegar a la oficina, así que se reclinó en el respaldo de la silla de madera y cerró unos segundos los ojos. El local era pequeño y ruidoso, con un buen puñado de gente que engullía sus menús del día monótonamente. Ella estaba sola aquella tarde porque su amiga Mónica, que trabajaba en un cubículo gemelo al suyo, tenía cita con el médico.
Estaba cansada, pensó, pero igual se levantó y se puso a andar en dirección a la calle Antusana, a menos de tres manzanas del restaurante. De camino, llamó a Ernesto, con el que apenas cruzó unas palabras, porque el chico le cortó, argumentando que no tenía tiempo para dar explicaciones y colgó. Era un chico complicado, pero Marisa pensaba que era muy bueno, pronto encontraría su lugar en la vida y entonces dejaría de tener ese caracter que mostraba ahora a veces, arisco y poco amigable. Llegó al edificio unos minutos antes de las tres y pasó la tarde envuelta entre papeles.
De vuelta a casa, el atasco la atrapó hasta casi las seis. Suerte que ya no tenía niños pequeños, unos pocos años antes, habría tenido que hacer el recorrido por las clases extraescolares sin poder pasar por casa a cambiarse y luego volver corriendo para empezar el ritual de los deberes y las duchas de los gemelos. Pero ellos tenían casi 19 y a pesar de lo iguales que eran físicamente, Óscar estudiaba desde hacía unos meses en una universidad del sur de Francia gracias a una beca que había conseguido por el club de baloncesto y ya ni siquiera vivía con ellos. Siempre había sabido que quería estudiar Cine. No, los hermanos no podrían ser más diferentes, Ernesto aún no tenía muy claro lo que quería hacer. Había empezado Letras y pronto se dio cuenta de que no era lo que quería, o eso decía él. No había terminado primero cuando lo dejó y ahora esperaba el fin de curso para poder matricularse en otra cosa. Seguramente estaría en casa, como cada día. Abrió la puerta de la casa pero no escuchó a nadie. Se asomó a la habitación de Ernesto y encontró las luces apagadas y al chico durmiendo la siesta. Menudas horas, pensó, pero le dio un beso, al que éste reaccionó revolviéndose, molesto.
Después de cambiarse, Marisa entró en automático a la cocina y terminó de meter un par de platos sucios en el lavavajillas. Miró su muñeca, las 6 y 45. Iba a preparar la cena y la comida del día siguiente de Ernesto, que era el único que comía en casa ahora. Le gustaba su cocina, hacía poco que la había cambiado los muebles y la había pintado. Estaba especialmente orgullosa del mueble del fondo, que tenía una puerta corredera y en el cual se encontraban meticulosamente ordenados sus utensilios de cocina, sobre todo sus cuchillos, que había comprado durante un viaje a Roma y que le encantaban. Se ocupó durante un rato entre sartenes y cazos y de pronto escuchó un portazo en la puerta de casa. El chico debía de haber salido, pero era imposible que no hubiera escuchado a su madre cocinar. Después de un rato notó que le faltaba perejil y cogió el monedero del bolso dispuesta a bajar a comprarlo en el súper de la esquina. Cuando llegó a la calle, el viento frío le golpeó en la cara y trató de esconderse por detrás de la cazadora. Aún era otoño, pero a esas horas ya comenzaba a refrescar.
Dirigió decidida sus pasos pero a medio camino la sorprendió ver a Ernesto entrar solo por la puerta de un local oscuro y en apariencia cerrado. Había mirado hacia atrás antes de traspasar la entrada pero por suerte no la había visto. Su hijito. ¿Qué estaría haciendo allí? Dudó unos segundos, pero al final la curiosidad hizo que empujara levemente la puerta por la que el chico había entrado Sorprendentemente ésta cedió, parecía que la habían cerrado con llave por dentro sin darse cuenta de que tenía un defecto en la parte de abajo y no terminaba de encajar. Tardó unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad y después vio el largo pasillo que tenía ante ella. Escuchó un golpe y buscó donde esconderse. A falta de algo mejor, se pegó a la pared y avanzó hacia una puerta al fondo del pasadizo. Salía una luz tenue y cuando se acercó se dio cuenta de que estaba entornada. Se asomó en silencio y pudo ver entonces a un hombre grande y fornido con el rostro cubierto de sudor y sangre, le costó reconocerle. Una mujer estaba tendida sobre una mesa vieja y manchada también de rojo. Ernesto tenía en sus manos un gran cuchillo de cocina. Tardó unos segundos en darse cuenta de que era uno de los de su colección.

10 comentarios:

  1. ¡Ay, hija...! ¡Qué suspense! ¿Continuaráaaa'
    Cuidado "Pero ellos tenían casi 19 y a pesar de lo iguales que eran físicamente, Óscar estudiaba desde hacía unos meses en una universidad del sur de Francia gracias a una beca que había conseguido por el club de baloncesto y ya ni siquiera vivía con ellos" No queda muy claro.

    ¡Me gustaaa! SIgue escribiendo.

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  2. ¡Ay Dios mío!, no nos dejes con este suspense...
    Lo de la frase que dice Mayte no es que no quede claro, es que es muy larga. Creo que es un defecto de familia, a mí me pasa igual, me salen laguíiiisimas (Y a tu abuelo también, que me he leído algunos cuadernos de viajes suyos).

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  3. Pues no pensaba continuar, pero dada la petición general me lo pensaré. El abuelo me decía que mis frases no tenían término medio, que eran o muy largas o muy cortas, y sí, él siempre se autoculpaba de que las suyas eran eternas. En efecto, mi frase era tan larga que la intenté cortar con un punto y se quedó un poco rara.

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  4. Eso, eso, continua...aunque tienes dos detractores a los que aburres con tus relatos. Y, rntonces ¿para qué lo leen' Seía bueno que comentaran y dieran su opinión porque de las críticas constructivas se aprende mucho ¿no crees?

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  5. Que siga, que siga!!! gemelos idénticos II !!!

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  6. Mayte, me ha encantado la entrada y a pesar de ir un poco contracorriente pienso que está completa tal cual, "desenlazarla" sería, para mí, como un soufflé (se escribe así?) perfecto que lo desinflamos al abrir el horno por querer verlo un poco mejor.
    Saludos

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  7. Muy bueno!!!! Personalmente, creo que no deberías continuarla, si la pensaste para que fuera así. Escribir no es sólo contar lo que tú quieres, sino regalarle al lector la historia para que la haga suya, eso, a veces, incluye que cada uno imagine su final ideal, forma parte del juego.

    Sigue así y ¡escribe otra! :p

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  8. No continues!!! está genial así, ¿es que nadie puede hacer el esfuerzo de imaginarse lo que pueda estar pasando? Cualquier cosa que se te ocurra no va a ser mas estremecedora que las mil posibilidades que pueden rondarle a cada lector por la cabeza.

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  9. Gracias lununca, la verdad es que me gusta que quede la posibilidad abierta, lo escribí para eso y, aunque me he estado devanando los sesos para ver cómo podría acabar, creo que lo mejor es que cada uno piense lo que quiera.

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